martes, 30 de octubre de 2007

Noche de clerén y vudú

Estaba anocheciendo y una ligera brisa refrescaba mi rostro, después del calor esa era una gran recompensa. No dejaba de pensar en lo que iba a ver, no tenía las cosas muy claras. Al mismo tiempo unos niños con todos los síntomas de desnutrición jugaban a unos metros de mi ¡Dios, qué fácil es acostumbrarse a la miseria! Por fin llegó Abel, mi anfitrión, todo estaba preparado. Entramos en una casa de tierra, allí nos esperaba el bokor (sacerdote vudú). Su altura impresionaba, sobre sus dos metros de envergadura llevaba una túnica verde. Las personas que entraban debían verter agua en la habitación. Una vez todos sentados me fije en la mesa que se hallaba frente al bokor, sobre ella unas velas iluminaban la estancia, a su vera se distinguían recipientes de vidrio y un plato con comida. De la pared colgaba un espejo roto, había imágenes de santos católicos y de algunos dioses extraños. Una cuerda pendía sobre el improvisado altar, de ella colgaban pañuelos de diferentes colores. Cada color representa a un “loa” o espíritu.

En un principio pensaba que aquel ambiente sería tenso o muy serio, no fue así, la gente que se hallaba en el recinto se encontraba muy relajada, reían y bromeaban, se puede decir que el ambiente era casi festivo. Para empezar el bokor comenzó a cantar una canción, era la invocación a Papá Legbá, el encargado de abrir la puerta en el mundo terrenal y el de los espíritus. No entonaba bien, pero su voz posiblemente desgarrada por el abuso del clerén le confería un aire tétrico. Seguidamente lanzó la comida en todas las direcciones, se levantó, comenzó a danzar y a realizar algunos gestos de desconocido significado para mi, para ello se ayudaba de alguno de los asistentes. Finalmente entró en trance, sus ojos parecían perdidos y el tono de su voz cambió, alguien le anudó un pañuelo a su brazo de color rojo. Este color representa a Ogún uno de los “loas” mas poderosos. Nos saludó a todos los presentes, con dos apretones de manos, primero la derecha y luego la izquierda. El “loa” pidió entonces que le trajeran a un niña de la aldea, que según él se encontraba enferma. La trajeron rápidamente. No tenía más de un año y medio y en apariencia lucía sana. El bokor poseído comenzó a jugar con ella en el aire, le dio muchas vueltas, se la paso por la espalda, la puso cabeza abajo, la niña era algo insignificante entre unos brazos tan largos. Sorprendentemente para mi la niña no lloró ni se quejó, siendo que estaba completamente despierta. Una vez devuelta a los brazos de su madre, ésta salió y no volví a verlas. La niña estaba curada según el espíritu. Mientras tanto afuera se había iniciado la música.

Salí al exterior, la noche era cerrada, no se veía ninguna estrella, las nubes cubrían por completo el cielo. La brisa del atardecer había incrementado su intensidad. Unas cien personas estaban bailando, frente a ellas tres personas se encargaban de tocar tambores de diferentes tamaños, trabada en un lateral del tambor mayor, pude ver una vela, esa era la única luz en el exterior, todo lo demás permanecía oscuro ya que el tendido eléctrico no llegaba al pueblo. Los músicos cantaban seguidos por el resto de los asistentes. Un aro de metal estaba siendo golpeado por un cuarto hombre, este sonido era el contrapunto ideal de los tambores. Este hombre tenía una edad indeterminada, su rostro era un conglomerado de arrugas, sus labios doblados hacia dentro delataban la ausencia de dientes. Un sombrero de mimbre con el ala ancha y doblada hacia abajo ocultaba la parte inferior de su rostro. No se si era el encargado de animar a la gente o simplemente lo hacía espontáneamente; lo cierto es que continuamente motivaba a los demás a bailar o cantar. De la misma forma que lo hacían los demás músicos, aunque estos tenían la desventaja de no poder moverse y bailar entre los asistentes, debido al tamaño de los tambores.

Súbitamente y durante un segundo una luz lo iluminó todo como si fuera de día. Una tormenta eléctrica acababa de comenzar, era como si los espíritus naturales del vudú, expresaran su poderío ante la insignificancia de un grupo de seres humanos que celebraban un fiesta-ceremonia para rendirles tributo. Me integré al grupo y me dejé llevar, al principio danzábamos en círculo, más tarde el círculo se rompió, pero el baile seguía y seguía. En una ocasión Abel se me acercó y me dijo que la canción cantada estaba dedicada a mí, era una muestra de bienvenida y hospitalidad. Continuamente recipientes con clerén pasaban de mano en mano y todos bebíamos sin dejar de bailar.

Hacía ya tiempo que esperaba que se manifestara algún espíritu, cuando un hombre comenzó a convulsionarse y a gritar, se alejó del grupo corriendo, topó con unos cactus y cayó al suelo. Algunos lo seguimos, allí yacía inconsciente. Al danzar todos a su alrededor recobró la conciencia, una vez se recuperó completamente nos reintegramos a la fiesta. A partir de ahí se sucedieron varios casos como el anterior. Elsa (hermana de Abel), me dijo que estaban esperando que mi loa se manifestara. Según las creencias del vudú toda persona posee un espíritu que en las ceremonias puede manifestarse, a ese espíritu es al que se le deben pedir favores y protección. Los relámpagos seguían regalándonos sus destellos. En ocasiones, la vela del tambor era apagada sorpresivamente por la brisa. Nos quedábamos entonces en una oscuridad total, la música paraba y se oían gritos pidiendo que se encendiera de nuevo la vela.

Me encontraba exhausto, había perdido la noción del tiempo y paré de bailar. En ese momento el bokor salió de la casa y se situó dando saltos entre todos los que bailaban, en su mano tenía un spray que mantenía en alto presionándolo y rociando a los asistentes que saltaban en torno a él. Se produjeron unos momentos de histeria colectiva. El bokor inició un baile frenético mientras los demás le rodeaban. Elsa se le acercó, él la cogió por detrás de la cintura, al tiempo que ella se doblaba hacia atrás, sus manos y sus pies apenas rozaban el suelo. El bokor giraba rápidamente sobre sí mismo, mientras ella colgaba de uno de sus brazos como si no pesara nada. Es una de la imágenes más fascinantes que recuerdo de aquella noche. Posteriormente le pregunté a Elsa, pero ella no recordaba nada de lo sucedido.

Al acabarse el clerén, el ambiente de la fiesta fue bajando su intensidad. Los músicos dejaron de tocar y la gente se fue dispersando. Me encontraba muy cansado y me dolía el estómago, tal vez por la tensión acumulada.

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