domingo, 24 de febrero de 2008

El sitio de Deçani


La situación de los monjes del monasterio de Deçani, en Kosovo, puede compararse a la de los últimos de Filipinas o la de los zelotes en Masada. Desde fuera, el monasterio recuerda al poblado de Astérix, rodeado por fuerzas hostiles y sin escapatoria posible. El problema es que en este lugar no tenemos a nadie que pueda hacer el papel de Obélix y la protección queda encomendada a cuerpos de élite de la infantería italiana. El día que una ficha se mueva en tablero de la política internacional, las fuerzas protectoras desaparecerán y el Santo Lugar quedará a merced de los romanos de turno, en este caso los albanokosavares más radicales.





En el interior no se siente la hostilidad, reina el silencio y se oye cantar a los pájaros. No es que fuera no canten, pero a la vista de las alambradas y vehículos blindados es imposible reparar en la naturaleza. Los monjes son los guardianes del monasterio que fue construido en el XIV por el emperador serbio Stefan Uroš III Dečanski. Monarca de la dinastía de los Nemanja, que son a Serbia lo que los Austrias a España.


Bajo el reinado de la dinastía Nemanja, Serbia vivió momentos de gloria, en concreto Stefan fue capaz de vencer la alianza de Bulgaria y Bizancio. Antes de que accediese al trono, su padre lo mandó al exilio y ordenó que lo cegasen. El proceso falló y Dečanski se hizo el ciego durante años, lo que le permitió regresar. A la muerte de su padre asesinó a un hermanastro para llegar al trono. Finalmente tras diez años de reinado su hijo se rebeló contra él; mandó encarcelarlo y asesinarlo. Con una familia como esta nadie necesita enemigos.


Los restos de Stefan Uroš III Dečanski se encuentran en la iglesia, el difunto rey fue canonizado, más por apellido que por méritos cristianos. Se dice que el cuerpo-reliquia del rey tiene poderes milagrosos. Cada jueves se realiza una misa en la que los monjes cantan a capela la gloria del emperador. La tumba es abierta como parte del ceremonial y los asistentes al acto pueden presentar sus respetos. Los monjes cantores visten de negro y lucen largas barbas negras. Tienen la piel tan blanca que parece transparente. Es una ceremonia larga que entre las penumbras típicas de las iglesias bizantinas pone los pelos de punta, es fácil dejarse llevar y pensar que más que monjes, los que cantan son espectros venidos del pasado. Se trata de una experiencia única, un ritual en peligro de extinción. A día de hoy son muy pocos los serbokosovares que puedan asistir, los soldados italianos han llegado a participar en el ritual.

Hubo un tiempo en el que hasta los musulmanes albanokosovares acudían a pedir favores al Santo. Tal era su poder mágico que estaba más allá de la religión del devoto. En tiempos del Imperio Otomano un imán acudió al lugar para transformarlo en mezquita, ante él cayeron dos sillares. Su intepretación fue que Alá le había parado los pies y el monasterio quedó indultado.


Hoy todo pende de un hilo, si no hubiese protección internacional el monasterio habría sido volado, como lo han sido los que quedaron sin amparo.

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